Observa cómo te ves entre la tierra verde y el cielo azul, como un pilar. Deja que la silueta de tu cuerpo se distinga claramente del paisaje. Con el dedo de tu ojo interno, recorre tu altura de arriba hacia abajo, hasta que te conviertas en un árbol.
Ahora tu cuerpo es un árbol vivo.
A medida que respiras, te conviertes en un árbol que respira.
Siente cómo tus pies están enraizados, firmemente anclados en el suelo, como raices.
Tus raíces se extienden y se ramifican, alcanzando y estirándose, creciendo en un sistema de red que es tan elocuente e intrincado, que imita los gestos y las formas de tus ramas.