David era un hombre que amaba a Dios sinceramente y de todo corazón, pero cayó estrepitosamente. Y las tristes consecuencias de su caída le acompañaron ya por el resto de su vida. Este hecho debe servirnos para ponernos en guardia contra nuestra debilidad y para vigilar nuestras pasiones y deseos más íntimos. No podemos bajar la guardia en la lucha contra nuestro pecado. Esto nos debe llevar a la humildad y a una dependencia absoluta de Dios. Como nos advierte el apóstol Pablo en 1 Corintios 10:12: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” Aprendamos la lección al contemplar la vida del rey David, el dulce cantor de Israel, quien a pesar de amar a Dios, tuvo que sufrir por descuidarse en sus obligaciones delante del Señor. 2 Samuel 11:1-5.