Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE27 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Dejar un bonito recuerdo
Lo mejor que me ha pasado en la vida es tener una pequeña recua de amantes de los que me acuerdo. Tener de esos que dejan una huellita, por pequeña que sea, en el corazón y en el alma.
Mi canadiense es uno de esos que, si me paro a pensar, no podría recordar cómo era el sexo con él, pero todo él me gustará siempre. Por su educación. Por su sonrisa. Y porque me ha dejado que yo recordara sus polvos como lo más bonito del mundo porque lo que recuerdo es lo bien que me lo hizo pasar. Nos reímos, me acarició mucho, me dijo muchas muchas muchas veces lo bonita que era. Me hizo creerme alguien.
El del premio es otro. Y mira que el pobre no pudo. Me lo avisó antes de desnudarme: “No se me va a poner dura” y así fue. No se le puso, por mucho que lo intentara.
En este caso lo abracé. Y me empeñé en quererlo mucho. Metía su polla flácida en la boca arropándola con la lengua para que no se sintiera tan sola. Lamía con gusto porque él me gustaba mucho, entera y hasta los huevos, masturbándolo con la mano, intentando que aquel trozo de carne inerte se encabritara con mi despliegue. Sin prisa. Con placer. Con gusto. Besándolo al tiempo.
—Te vas a aburrir, Tana, no se va a poner dura.
Y, entonces, me abrió de piernas y me lamió con sumo gusto, empeñándose en que yo sí que sintiera…
Ahhh… ahhhh… ahhhhh
—Me gusta tu coño, señoritinga. Me gusta cómo te mueves cuando lo lamo. Me gusta meterte los dedos por el agujero y notar que estás empapada.
Yo chorreaba, literalmente. Yo chorreaba con aquella comida de coño de un tipo que acababa de llegar de muy lejos y que se había presentado en La Venencia, a conocerme, porque me había leído, me había escuchado, me había visto. Ahora que ya no soy la mujer que él conoció me acuerdo de cómo me comía el coño, porque me lo comía muy bien.
Me gustaba su ritmo de lamida. Rápida y certera, no dejándose nada a medias. Me gustaba que me metiera los dedos, que me follara con sus dedazos, que se tomara el tiempo necesario en hacerme gozar. Yo intentaba alcanzarlo. Mesaba su larga cabellera, más larga que la mía, entre mis piernas. A mí aquel hombre me gustaba. Me gustaba que hiciera aquello que hacía. Su lengua en mi clítoris me dio más placer del que me habría dado, seguro, con la polla. Lamía y metía. Metía sin dejar de lamer. Lamía sin dejar de meter… me volvía loca.
Me corrí. Tuve que correrme con aquel hombre empeñado en que me corriera. Pero entonces quise más y quise que me dejara a mí. Me puse cómoda. Todo lo cómoda que puedo ponerme con mi metro setenta y cuatro de estatura. Me puse cómoda para chupársela bien. Para que el tiempo fuera igual de inexistente que lo había sido para mí. Y volví a su polla. A chuparla. A acariciarla. A sobarla. En la boca no dejaba de lamerla y chuparla. Aquello me provocaba mucha baba que hacía un sonido particular. A comida de polla. A quererte un poco más, a metérmela entera en la boca para quererte así. Cogiéndola y acariciándola, meneándola para que empezara a engordar. La mano en el tronco, de arriba abajo, regodeándome en su glande con los labios y con la lengua.
Queriéndola de verdad, para que pudiera revivir como revivió dentro de mi boca, donde notaba que engordaba gracias a mis caricias y a mis lamidas. Empezó, sí, se hichó. Él empezó a gemir y a tocarme la cabeza acariciándome el pelo animándome a seguir. Y yo seguía, claro que seguía,porque el sabor de aquella polla que había empezado inerte y que se había endurecido se me antojó al sabor del triunfo.
—- No sé cómo lo has logrado.. No sé— Acertó a decir mientras yo lamía aquella polla bonita, dejando que se corriera en mi boca, tragándome la lefa entera, sabiendo que aquel hombre, por mucho que no volviéramos a encontrarnos, se había quedado con un bonito recuerdo mío, que es lo único que nos mantiene vivos.
Bueno, las redes sociales y que yo soy una salvaje, hicieron que dejáramos de hablarnos. Pero si escucha esto, que sepa, el del premio, que en mí dejó un bonito recuerdo.
Al morir desaparecemos. Son los bonitos recuerdos que dejemos los que sí mantienen con vida. Yo tenía a las dos personas que quería que escribieran mi obituario, pero ahora, dudo. Porque se perdieron el episodio más salvaje y solo lo podrán leer. Menos mal que lo voy a escribir para que todos sepan lo que es. Pero tengo recuerdos muy buenos. Y quiero, al morirme, acordarme de ellos. A est, de Almería, de la playa en la que crecí, lo recordaré por haber empezado conmigo. Por haber aprendido juntos. Por irnos a la casa de su madre cuando estos estaba de vacaciones y desnudarme en el aquel ático, mi primer ático. Me amarraba a la cama, porque fue con él con quien descubrí lo que me gustaba que me ataran. Me comía entera, enterita, aprendiendo ambos cómo aprendíamos a querer a otras personas. Se aficionó a mi coño como pocos. Le encantaba. Gustaba de meter la cabeza lo primero de todo, para lamerme despacio, primero, acelerando después, cuando comprobaba que yo me partía en dos. Así me quiso el primero y lo mucho que se lo agradecí. Porque no fue el primero primero, el primero de verdad fue el rarito del pueblo que gustaba poco pero que a mí me encantaba. Me folló en el maletero de un coche ranchera, en un descampado junto al Cerro de los Ángeles. Yo actué como si supiera. Él actuó sabiendo. Ni me gustó especialmente, ni me disgustó. Ocurrió. Por eso para mí el primero siempre será el que me hizo tan feliz. El que me enseñó a chuparla, guiándome con las palabras. “Más despacio”, “más tranquila”. “Así”, “así”, “así”. Fuimos amantes desde los 16 hasta los 33, que yo me lié con uno que parecía que iba a ser un diamante y terminó siendo mierda.
Mierda. Mierda pura. De esos también tenemos. De los que nos tenemos que olvidar pero tanto nos cuesta. Mucho peor si follaban bien. A esos es muy difícil quitárselos de encima. Esos que aprendieron todo tu cuerpo porque lo admiraron primero, lo exploraron después para idolatrarlo el tiempo que tuvieras la suerte. ¿Cómo se olvida al que mejor te lo comía?
AL que sabía que lo de que no cerraras las piernas es fundamental para que te derritas. No puedes olvidar al que la tenía grande, tan grande como para ponerte a cuatro patas y que te cubriera entera. Benditos lubricantes. Benditos todos. Lástima que los que la tienen tan grande sean de los que se creen que con eso basta. Tienes también al que la tenía gorda y la metía y te llenaba. El que sabía cómo reaccionabas a sus dedos en tu coño porque había provocado que gritaras. Tú no gimes. Tú gritas como si te asesinaran… Porque te mueres en los orgasmos. Tú te mueres de verdad. Y gritas despavorida porque sabes que a ese, a ese te va a costar olvidarlo.
Te olvidas, claro que te olvidas. Te olvidas cuando admites que eso era lo único que hacía bien: follarte. Entonces, en esos casos, puede que te deje de parecer sexy, precisamente porque lo único que era imprescindible era su rabo. Y el rabo se acaba. También se acaba. Se acaba por la edad, uno de cada dos hombres mayores de 50 años ya no se les pone dura… pero eso no quiere decir que no tengan sexo. Eso los simplones. Los que lo único que tienen es el poder en una empresa. O haber conquistado a la mediocre que paga. El sexo es mucho más que follarme. Y Antes de que me la claves tienes que hacer mucho más. Otras veces me han follado sin tocarme siquiera. Pero si, para ti, el sexo es solo ver el atardecer tomándote un vino con tu pareja, es que te negaste el placer de los besos, de las caricias, de los masajes, de las felaciones pausadas y largas con las que se tarda. Quiero pollas que no sean grandes para que su presencia se adorne de mucho más que solo el rabo. Ya tuve solo rabo y no fue suficiente.
Yo sé hacer muchas más cosas, además de follar. Por eso es a lo único que no le pongo precio. No puedo ponerle precio a mi deseo. Yo deseo. No hay más. Deseo a un hombre con la piel de cuero que es un rinoceronte al que no veo desde hace mucho pero recuerdo porque es de los que dejan un reguero. Recuerdo cómo me cogió en volandas, a pulso, cómo aguantó el polvo entero, enterito, los ventitantos minutos que tardé en correrme.
Aquella combibnación de fuerza, yo entonces pesaba 56 kilos, era fácil. Ahora estoy en 65, no puede ni de coña repetirlo. De ese también me acuerdo.
Dejar un bonito recuerdo, que estén en casa, tranquilos, quieran masturbarse y se acuerden de mí. De cómo la chupo. De cómo me gusta que me enculen… De cómo el sexo, si es contigo, es lo que se te ocurra hacer… Porque eres tú quien me gusta, quien me excita y con quien quiero perder el tiempo.
¿Y tú?
Que me ignoraras no ayudó mucho. Fui consciente de lo mucho que te necesitaba no para respirar sino para que mi cerebro ideara. Me di cuenta de que a tu lado se me ocurrían grandes cosas.
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Lo mejor que me ha pasado en la vida es tener una pequeña recua de amantes de los que me acuerdo. Tener de esos que dejan una huellita, por pequeña que sea, en el corazón y en el alma.
Mi canadiense es uno de esos que, si me paro a pensar, no podría recordar cómo era el sexo con él, pero todo él me gustará siempre. Por su educación. Por su sonrisa. Y porque me ha dejado que yo recordara sus polvos como lo más bonito del mundo porque lo que recuerdo es lo bien que me lo hizo pasar. Nos reímos, me acarició mucho, me dijo muchas muchas muchas veces lo bonita que era. Me hizo creerme alguien.
El del premio es otro. Y mira que el pobre no pudo. Me lo avisó antes de desnudarme: “No se me va a poner dura” y así fue. No se le puso, por mucho que lo intentara.
En este caso lo abracé. Y me empeñé en quererlo mucho. Metía su polla flácida en la boca arropándola con la lengua para que no se sintiera tan sola. Lamía con gusto porque él me gustaba mucho, entera y hasta los huevos, masturbándolo con la mano, intentando que aquel trozo de carne inerte se encabritara con mi despliegue. Sin prisa. Con placer. Con gusto. Besándolo al tiempo.
—Te vas a aburrir, Tana, no se va a poner dura.
Y, entonces, me abrió de piernas y me lamió con sumo gusto, empeñándose en que yo sí que sintiera…
Ahhh… ahhhh… ahhhhh
—Me gusta tu coño, señoritinga. Me gusta cómo te mueves cuando lo lamo. Me gusta meterte los dedos por el agujero y notar que estás empapada.
Yo chorreaba, literalmente. Yo chorreaba con aquella comida de coño de un tipo que acababa de llegar de muy lejos y que se había presentado en La Venencia, a conocerme, porque me había leído, me había escuchado, me había visto. Ahora que ya no soy la mujer que él conoció me acuerdo de cómo me comía el coño, porque me lo comía muy bien.
Me gustaba su ritmo de lamida. Rápida y certera, no dejándose nada a medias. Me gustaba que me metiera los dedos, que me follara con sus dedazos, que se tomara el tiempo necesario en hacerme gozar. Yo intentaba alcanzarlo. Mesaba su larga cabellera, más larga que la mía, entre mis piernas. A mí aquel hombre me gustaba. Me gustaba que hiciera aquello que hacía. Su lengua en mi clítoris me dio más placer del que me habría dado, seguro, con la polla. Lamía y metía. Metía sin dejar de lamer. Lamía sin dejar de meter… me volvía loca.
Me corrí. Tuve que correrme con aquel hombre empeñado en que me corriera. Pero entonces quise más y quise que me dejara a mí. Me puse cómoda. Todo lo cómoda que puedo ponerme con mi metro setenta y cuatro de estatura. Me puse cómoda para chupársela bien. Para que el tiempo fuera igual de inexistente que lo había sido para mí. Y volví a su polla. A chuparla. A acariciarla. A sobarla. En la boca no dejaba de lamerla y chuparla. Aquello me provocaba mucha baba que hacía un sonido particular. A comida de polla. A quererte un poco más, a metérmela entera en la boca para quererte así. Cogiéndola y acariciándola, meneándola para que empezara a engordar. La mano en el tronco, de arriba abajo, regodeándome en su glande con los labios y con la lengua.
Queriéndola de verdad, para que pudiera revivir como revivió dentro de mi boca, donde notaba que engordaba gracias a mis caricias y a mis lamidas. Empezó, sí, se hichó. Él empezó a gemir y a tocarme la cabeza acariciándome el pelo animándome a seguir. Y yo seguía, claro que seguía,porque el sabor de aquella polla que había empezado inerte y que se había endurecido se me antojó al sabor del triunfo.
—- No sé cómo lo has logrado.. No sé— Acertó a decir mientras yo lamía aquella polla bonita, dejando que se corriera en mi boca, tragándome la lefa entera, sabiendo que aquel hombre, por mucho que no volviéramos a encontrarnos, se había quedado con un bonito recuerdo mío, que es lo único que nos mantiene vivos.
Bueno, las redes sociales y que yo soy una salvaje, hicieron que dejáramos de hablarnos. Pero si escucha esto, que sepa, el del premio, que en mí dejó un bonito recuerdo.
Al morir desaparecemos. Son los bonitos recuerdos que dejemos los que sí mantienen con vida. Yo tenía a las dos personas que quería que escribieran mi obituario, pero ahora, dudo. Porque se perdieron el episodio más salvaje y solo lo podrán leer. Menos mal que lo voy a escribir para que todos sepan lo que es. Pero tengo recuerdos muy buenos. Y quiero, al morirme, acordarme de ellos. A est, de Almería, de la playa en la que crecí, lo recordaré por haber empezado conmigo. Por haber aprendido juntos. Por irnos a la casa de su madre cuando estos estaba de vacaciones y desnudarme en el aquel ático, mi primer ático. Me amarraba a la cama, porque fue con él con quien descubrí lo que me gustaba que me ataran. Me comía entera, enterita, aprendiendo ambos cómo aprendíamos a querer a otras personas. Se aficionó a mi coño como pocos. Le encantaba. Gustaba de meter la cabeza lo primero de todo, para lamerme despacio, primero, acelerando después, cuando comprobaba que yo me partía en dos. Así me quiso el primero y lo mucho que se lo agradecí. Porque no fue el primero primero, el primero de verdad fue el rarito del pueblo que gustaba poco pero que a mí me encantaba. Me folló en el maletero de un coche ranchera, en un descampado junto al Cerro de los Ángeles. Yo actué como si supiera. Él actuó sabiendo. Ni me gustó especialmente, ni me disgustó. Ocurrió. Por eso para mí el primero siempre será el que me hizo tan feliz. El que me enseñó a chuparla, guiándome con las palabras. “Más despacio”, “más tranquila”. “Así”, “así”, “así”. Fuimos amantes desde los 16 hasta los 33, que yo me lié con uno que parecía que iba a ser un diamante y terminó siendo mierda.
Mierda. Mierda pura. De esos también tenemos. De los que nos tenemos que olvidar pero tanto nos cuesta. Mucho peor si follaban bien. A esos es muy difícil quitárselos de encima. Esos que aprendieron todo tu cuerpo porque lo admiraron primero, lo exploraron después para idolatrarlo el tiempo que tuvieras la suerte. ¿Cómo se olvida al que mejor te lo comía?
AL que sabía que lo de que no cerraras las piernas es fundamental para que te derritas. No puedes olvidar al que la tenía grande, tan grande como para ponerte a cuatro patas y que te cubriera entera. Benditos lubricantes. Benditos todos. Lástima que los que la tienen tan grande sean de los que se creen que con eso basta. Tienes también al que la tenía gorda y la metía y te llenaba. El que sabía cómo reaccionabas a sus dedos en tu coño porque había provocado que gritaras. Tú no gimes. Tú gritas como si te asesinaran… Porque te mueres en los orgasmos. Tú te mueres de verdad. Y gritas despavorida porque sabes que a ese, a ese te va a costar olvidarlo.
Te olvidas, claro que te olvidas. Te olvidas cuando admites que eso era lo único que hacía bien: follarte. Entonces, en esos casos, puede que te deje de parecer sexy, precisamente porque lo único que era imprescindible era su rabo. Y el rabo se acaba. También se acaba. Se acaba por la edad, uno de cada dos hombres mayores de 50 años ya no se les pone dura… pero eso no quiere decir que no tengan sexo. Eso los simplones. Los que lo único que tienen es el poder en una empresa. O haber conquistado a la mediocre que paga. El sexo es mucho más que follarme. Y Antes de que me la claves tienes que hacer mucho más. Otras veces me han follado sin tocarme siquiera. Pero si, para ti, el sexo es solo ver el atardecer tomándote un vino con tu pareja, es que te negaste el placer de los besos, de las caricias, de los masajes, de las felaciones pausadas y largas con las que se tarda. Quiero pollas que no sean grandes para que su presencia se adorne de mucho más que solo el rabo. Ya tuve solo rabo y no fue suficiente.
Yo sé hacer muchas más cosas, además de follar. Por eso es a lo único que no le pongo precio. No puedo ponerle precio a mi deseo. Yo deseo. No hay más. Deseo a un hombre con la piel de cuero que es un rinoceronte al que no veo desde hace mucho pero recuerdo porque es de los que dejan un reguero. Recuerdo cómo me cogió en volandas, a pulso, cómo aguantó el polvo entero, enterito, los ventitantos minutos que tardé en correrme.
Aquella combibnación de fuerza, yo entonces pesaba 56 kilos, era fácil. Ahora estoy en 65, no puede ni de coña repetirlo. De ese también me acuerdo.
Dejar un bonito recuerdo, que estén en casa, tranquilos, quieran masturbarse y se acuerden de mí. De cómo la chupo. De cómo me gusta que me enculen… De cómo el sexo, si es contigo, es lo que se te ocurra hacer… Porque eres tú quien me gusta, quien me excita y con quien quiero perder el tiempo.
¿Y tú?
Que me ignoraras no ayudó mucho. Fui consciente de lo mucho que te necesitaba no para respirar sino para que mi cerebro ideara. Me di cuenta de que a tu lado se me ocurrían grandes cosas.
Escucha este episodio completo y accede a todo el contenido exclusivo de Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace). Descubre antes que nadie los nuevos episodios, y participa en la comunidad exclusiva de oyentes en https://go.ivoox.com/sq/1765797