T01XE32 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Esperando que salga Javier (para follarlo) - Episodio exclusivo para mecenas


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Aug 21 2023 19 mins  
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NO lo vamos a negar, yo soy muy de chiringuito. Si pudiera viviría en verano en uno. Uno en el que hubiera una hamaca, una plancha para cocinar, estuviera en la playa y a las puestas de sol vinieran los vecinos. Por eso parte de la vida que me he construido pasa por tener algún chiringuito que pueda ser de referencia. Y aquel lo era.

Sardinas, raya, jureles, cazón y bacalao. Costillas, lomo, salchicha, morcilla y longaniza. 10 tapas. La cena perfecta para dos, fueras con quien fueras.

Acostumbraba a ir más sola que acompañada a tomarme dos. Solo dos. No llegaba a los 10€, cenaba y escribía en mi diario, porque al chiringuito me bajaba sin el móvil, solo con mi diario, a exorcizar dolores y a buscar placeres a los que sucumbir. Dos vinos muy fríos y una tapa de pescado y otra de carne, “lo que quieras tú”, le decía al camarero y me dejaba mimar por cualquiera de los cuatro que había. Uno para cada flanco.

El dueño era un borde, que no quería líos pero muy torpe. Con un hijo aún más torpe. Aún más. Pero hacían una brasa muy rica y el pescado, aunque escaso, estaba bueno. Lo mejor de este chiringuito es que estabas con los pies en la arena. Aquello era enorme. Me gustaba ir sola al chiringuito. Mucho. Me metía en mi burbuja y disfrutaba de mi vida.

Todos los camareros me tuteaban menos uno. Dos eran del pueblo, estaban hartos de verme y otro era de Almería, pero trabajaba desde hacía años en el chiringuito cada temporada. El cuarto era el que me hablaba de usted. “Doña Tana”, sonaba a rancio abolengo. Por más que le dije que bastaba con “Tana”, no paró. “Es mi educación”, me dijo a la tercera que lo intenté.

Y lo dejé.

Mi vida judicial aceleraba. Tres años de cárcel, diez mil de indemnización y la obligación a no hablar en mi vida de alguien de quien no había pronunciado su nombre. Demasiado complejo para una mente basta como la mía. Pero tenía abogado nuevo, que era un primor, un señor que creía en Dios, se había casado por la iglesia y tenía un hijo bautizado. Conservador. Pero que me dijo que me llevaba el caso porque era un caso lo suficientemente goloso que íbamos a ganar.
Y le creí.

Con estas, Javier, que así se llamaba el camarero del chiringuito que me llamaba de usted, las noches que iba sola hacía para quedarse hablando dos minutos en mi mesa. Mira que era guapo. De esos guapos que me gustan a mí: grande, ancho, calvo, con barba. No sé por qué me he aficionado a ese modelo y en ese me he quedado. Javier era encantador y me hacía gracia su manera de llevar la bandeja, parecía que ni siquiera estaba sobre sus dedos, pero lo que más me gustaba era como me trataba y lo educado que era. Javier iba ganando puntos.

Aquella noche volví sola. Diario en mano y la más firme intención de enterarme a qué hora terminaría Javier. Pedí mis consumiciones, no di nada la plasta y cuando pagué, simplemente, le pregunté.

—¿A qué hora sales?

Me encantó que saliera a media noche. Porque a media noche ya no hay casi gente por la calle y no tendría que dar muchas explicaciones.

Esperé en poyete de la playa, un poco alejada del chiringuito pero lo suficientemente cerca para que todos tuvieran que pasar cerca cuando salieran. Javier se plantó delante de mí.

—¿Qué haces aquí?

—Pensé que te gustaría que nos tomáramos una.

La primera entró deprisa, quizás por los nervios. Pero entró rápida y veloz para animar a la segunda. Yo no acostumbro a beber demasiado, así que no quise seguir con copas. Javier tenía que conducir, tampoco le interesó. La conversación fue deliciosa. Me contó cosas de su hija, a la que no veía desde hacía 9 años porque la madre no quería. Me contó cosas de su familia. Eran gitanos aunque tuvieran la piel clara y él trabajaba en la hostelería desde los 16 años. Yo le conté mi vida, mi divorcio, las maldades de mi ex y su novia y cómo, probablemente, me quedaría sin casa a partir de septiembre.

— Qué horror llegar a este punto con tu ex pareja— Contestó cuando le conté todo.
— Más que eso, mucho más.

Conforme hablábamos más a gusto estábamos. Parecía que Javier y yo nos conocíamos de siempre o que siempre habíamos querido conocernos. Y lo que era evidente era que nos gustábamos.

Javier vivía en Las Juaricas, un barrio que está a la entrada del pueblo. Echamos a andar hablando y por inercia, lo acompañé hasta su casa. A él no le extrañó tanto que lo acompañara como que, directamente, se lo soltara.

—Oye, Javier, yo estoy en la gloria contigo, así que si alguna noche, cuando salgas, quieres que nos tomemos algo, mándame antes un mensaje para que no me acueste y lo hacemos.

— Como hoy.

—Como hoy. Me mandas el mensaje y nos vamos conociendo.

—Hecho.

Allí, en la puerta de su casa nos besamos. El primer beso fue algo muy lúcido y tibio. Simplemente juntamos nuestras bocas y nos dejamos. Nos despedimos con aquel beso sabiendo que solo era el principio y que todo seguiría en cuanto pudiéramos. Y poder, cuando se quiere es pronto. Al día siguiente, a las 6 de la tarde, ya tenía el mensaje para que no me durmiera y lo esperara. En el poyete de la playa estaba cuando salió de trabajar y, directamente, nos dimos la mano y tiramos para el Catrina. No nos dio tiempo ni a tomarnos una. A la media hora estábamos en mi casa.

Los besos se sucedían uno tras otro sin descanso. Subimos los dos pisos hasta mi casa entre risas, metiéndonos mano y besándonos. Abría la puerta y, literalmente, me cogió en brazos para llevarme a la cama. Me tumbó y me comió a besos. Yo misma me quité los pantalones cortos y la camiseta, que, al no llevar casi nunca ropa interior me dejaron desnuda sobre la cama. Él se desnudó rápidamente para quedarse en cueros junto a mí. Me acariciaba todo el rato. Sus dedos recorrían mi piel, toda mi piel. Parecía como si supiera por dónde moverse para que yo mi cuerpo fuera enamorándose de él. Cosquillas en las axilas, bajó por mi costado hasta el ombligo, jugó un poco en él, hasta llegar a mi pubis. Nos besábamos sin parar mientras nuestras manos jugaban con el cuerpo del otro, mientras nos olíamos, mientras degustábamos nuestro ser. Javier jugó con mi pubis hasta llegar a la vulva. Yo estaba empapada, esperándolo. Sus dedos fueron aún más virtuosos, delicados, mágicos. Yo gemía de placer envuelta en sus besos. Le agarré la polla con las dos manos para acariciarla. Lo hice despacio, siguiendo el mismo ritmo que había impuesto él, deleitándome en aquella polla pétrea que pedía paso sin imponerse. Sus dedos arrebataron mi clítoris que se hinchó del gusto. Lo guardaba entre dos de sus dedos para repasarlo entero. Tocaba en la punta como si repiqueteara sobre una mesa. Entró por el agujero, empapado, para follarme con sus inmensos dedos… Yo me moría del placer. No podía aguantar más y bajé a comérsela. Él me colocó de tal manera que yo seguía en su radio de acción, de forma que, mientras yo lamía aquella verga erecta, él hacía de las suyas. Me sentía tan bien entre las manos de aquel señor que seguí insitiendo. Metí su polla en mi boca. Lamí desde los huevos hasta el glande, pajeé a aquel caballero con todo el mimo que pude mientras le llenaba la polla de babas y me las comía todas. La polla se hinchaba por momentos amenazando con culminar, pero él respiraba hondo, aguantaba y seguía con sus incursiones en mi coño. Mi excitación iba a más y más. La polla en mi boca me hacía sentirme poderosa. Sus dedos por mi coño me licuaban. Quería más, mucho más.

Me puse encima de él aprovechando la erección. Me metí entera. Clavándomela hasta dentro. Fui rápida poniéndolo el condón para que no se le bajara y empecé a follármelo. Él agarró mis caderas y me acompañó en los empujones. Cada vez que entraba la notaba dentro, muy dentro. Parecía que se me iba a salir por la garganta de lo dentro que la sentía. Era una polla pétrea, larga, sublime. Las hincadas hacían explotar mi alma.

Gemíamos, decíamos nuestros nombres animándonos a seguir, él marcaba sus dedos en mis caderas moviéndome con ahínco. Más. Más. Más…….

Me corrí. No suelo correrme así, pero me corrí con él. Porque estaba encima, porque lo sentía, porque sus manos agarrando mis caderas me excitaban aún más. Me corrí echando la espalda hacia atrás para que su polla estuviera aún más dentro y me quedé parada, en esa postura, dejando que los gemidos apaciguaran.

Él dejó que me recompusiera. Cuando caí sobre su pecho, acarició mi pelo y me besó de nuevo.

— Quiero seguir— dijo en un susurro.

—Yo también— contesté.

Javier bajó la cabeza y la metió entre mis piernas. Ahora me tocaba a mí. Abrió las piernas con las manos para que yo no las cerrara y empezó a lamerme. Su lengua era virtuosa. Era capaz de golpear en mi clítoris con fuerza haciendo que se pusiera de punta. La humedad de su saliva, la textura de la lengua por mi coño me derretía. Lamía con delicadeza y fiereza a la vez,como si fuera un bien preciado al que hay que animar para que se ponga en órbita. Su lengua por mi vulva, por mi clítoris… Metió los dedos y ya me quise morir. Sus enormes dedos entraban y salían al tiempo que su lengua lamía y lamía. Una y otra vez. Yo no dejaba de gemir y él no dejaba de decirme cosas bonitas al oído, de esas que se te aturullan y no distingues pero que mesan tu cuerpo y tu mente.
Dedos, lengua, dedos lengua…. Ahhhhhhhhhh

Volví a correrme. Otra vez. Otra vez volví a correrme. Ël no. Él no se había corrido y yo soy de las que se sienten poderosas cuando se corren.

Cogí el lubricante que siempre tengo en mi mesilla, le unté muy bien la polla, me puse a cuatro patas y lo guié, directamente, dentro. Me gusta que me enculen. Y este me gustaba aún más. Su polla entró con dulzura gracias al lubricante. Sentí como ocupaba todo mi interior. Me encantó. Javier fue despacio al principio, como queriendo que mi cuerpo conociera el suyo. Besaba mi espalda, mi cuello, mis hombros mientras su POlla entraba por mi culo y me derretía. Con cuidado, con pasión, con gusto.

— Dale, dale—

Pude decir en la inmensidad del placer y él le dio, le dio más, más deprisa, más dentro, hasta que se corrió.

Su grito fue el mejor regalo para mis oídos. Me sentí la mujer más afortunada del mundo. Javier se dejó caer sobre mí y yo me dejé caer sobre la cama. Permanecimos así unos segundos hasta que se puso a mi lado en la cama y volvió a besarme.

— Ha sido precioso, Tana

—Sí, lo ha sido.

Dormimos abrazados. No tuve el valor de decirle que se fuera,como hago siempre con mis amantes esporádicos. No tuve el valor y tuve la carencia de dormir abrazada, algo que suele ocurrir.

A la mañana siguiente tardé en despertar. Cuando lo hice, me di cuenta de que Javier ya no estaba. Debían de ser pasadas las doce de la mañana y mi amante había desaparecido. Me levanté, fui al baño y sonreí al verme desnuda en el espejo porque en mis caderas estaban los vestigios de sus dedos apretándome para que folláramos mejor. Sonreí. Me duché lentamente dejando que el agua influyera en mí. Me sentía tan bien….

Fui a la cocina y allí vi un papel escrito. Siempre tengo libretas por toda la casa, fue fácil encontrar cómo despedirse.

“Ha sido una noche preciosa. Recuerda que todas las noches salgo a las doce”, había escrito.

Me encantó. Me gustó mucho su despedida y que dejara abierta la puerta para que, si otra noche a las doce quería verlo, supiera cómo hacerlo.

Sobra decir que aquel fue “el verano del chiringuito” porque, por supuesto, fueron muchas las noches que a las doce esperé a que saliera Javier.

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