Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE33 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El actor argentino
Empezamos a hablar por twitter como hace todo el mundo. Él contestó a una foto que puse de un cenicero mío, comprado en la India y me dijo que tenía uno igual desde hacía 20 años. Así empezó nuestra conversación. Ni siquiera le di mucha importancia a que fuera un actor conocido, con múltiples premios y cierta fama de conquistador. A mí me cayó bien porque ambos teníamos el mismo cenicero de la India. Era argentino, muy guapo y de esos tipos que difícilmente te disgustan. Por las conversaciones por twitter supe que era de River, un equipo de fútbol del que eran muchos de los amigos que tenía mi marido, lo que hizo que no nos faltara de conversación. Entre eso y que a los dos nos gustaba Hanik Kureishi, había días que podíamos hablar durante horas.
En julio siempre me he quedado “de Rodríguez”. Mi pareja y mi hijo se iban de vacaciones y yo me quedaba trabajando. Yo iba los fines de semana al pueblo y así formábamos parte de la mayoría de los hogares españoles, solo que, en mi caso, la que trabajaba era yo. Mi marido se dedicaba a tocarse el nardo. Y yo lo consentía. Una tarde, mientras moñeaba por twitter me llegó un mensaje del actor. “¿Dónde estás?”, yo para no explicarle mucho, le mandé mi ubicación: Plaza Mayor. Durante cinco años viví en la Plaza Mayor, no solo fui inmensamente feliz, eso me situó en un lugar privilegiado para poder quedar con cualquiera.
“¡No me lo creo! Yo estoy en una bocacalle. ¿Quedamos?”.
Aquel “¿Quedamos” me encantó. Claro que quería quedar con él. ¡Quién no querría quedar con él! Nota en un bar de la Calle De la Cruz. Cuando entró él, toda la barra se giró para observar cómo avanzaba hacia mí y me saludaba. Llevábamos tanto tiempo hablando por twitter que era como si nos conociéramos, cuando en realidad, no sabíamos nada el uno del otro. Me dio un abrazo subiéndome en volandas. Era alto, fuerte y muy guapo. Los dos lucíamos sendas sonrisas que demostraban que estábamos disfrutando con aquel encuentro.
Me contó que estaba divorciado, que tenía dos hijos ya mayores y que estaba en España rodando una película. Por eso estaba tan cerca de la Plazas Mayor, porque la productora tenía un apartamento en esa zona para los actores que trabajaban con ellos. Era más barato que un hotel y les daba la misma intimidad. A mí me pareció la mejor solución para estos casos.
Cenamos en un italiano. No sé por qué, yo que jamás ceno pasta, elegimos un italiano. Yo me conformé con una ensalada de esas que hacen los italianos con bresaola y él se pidió una fuente de espaguetties. Y digo fuente porque avisó al camarero de que, por favor, no le pusiera una única ración, que convenciera al cocinero de que el argentino venía con hambre y no tenía problema en pagar el suplemento. Sus spaghetti alle vongole eran sublimes.
Durante la cena nos centramos en nosotros. Ya nos habíamos situado como personas (yo con marido, él divorciado), seguimos hablando de intereses, de política, de cómo estaba el mundo y cómo aspirábamos que estuviera. Reímos y nos acercamos cada vez más el uno al otro. Hasta que llegó las horas de las copas. Su propuesta fue aceptada inmediatamente: quería que nos fuéramos a su casa a tomar un gin tonic.
La casa era un apartamento precioso, con cocina americana, dos habitaciones y un salón decorado con un gusto exquisito.
— ¡Qué bonito!— dije.
— Sí, ya sabes, producción siempre intenta que estés a gusto.
Gintonic para dos y música de Pink Martini. Me encantó que eligiera a uno de mis grupos favoritos. Parecía que el actor y yo teníamos en común muchas más cosas además del cenicero de la India. Empezamos a besarnos al segundo sorbo. Sus besos eran perfectos, de esos que se amoldan a tu boca y a tus labios, que te acarician con la lengua, que te muerden tenuemente. Sus manos empezaron rápidamente a moverse por encima de mi vestido de algodón, como intentando hacerse una idea de cómo era mi cuerpo. Yo desabroché su camisa para impregnarme de su olor y su inmensidad. Tenía un peco ancho, recio, con vello alrededor de los pezones y en el centro. Jugué con los pezones con los dedos y con la lengua mientras él me desnudaba por completo. Se quitó la camisa, los pantalones, los calcetines y los calzoncillos quedándonos desnudos ambos en un abrazo. Me acariciaba el cuello, los brazos, me apretaba los antebrazos como dejándome claro que no me dejaría escapar. Me besaba continuamente. Llegó a mis senos. Los besó con cuidado primero, con gusto después para terminar mordiéndome los pezones y excitarme al máximo. Con la mano iba a mi entrepierna como si quisiera comprobar mi humedad y no actuar hasta que no estuviera preparada. Mesaba el vello de mi pubis, dejaba entrar la mano para volverla a sacar. Yo me iba excitanto por momentos y quería más, mucho más.
Me cogió en brazos y me subió a la encimera de la cocina para abrirme las piernas y beberme. Su lengua se deslizaba por los rincones de mi vulva como intentando prolongar al máximo la más mínima excitación. Abrió las piernas con las manos para que no las cerrara y mis labios con los dedos para incursionar. Y así, llegó al clítoris que pedía a gritos que lo lamiera. Su lengua fue fantástica. Empezó despacio, como si lamiera un helado.
— Me gusta tu coño. Me gusta como sabes. Voy a hacer que te corras como solo tú sabes correrte.
Mi clítoris se hinchó poco a poco hasta resplandecer en mi hueco. Siguió lamiendo, ahora con más ahínco, con más fiereza, con más gusto y pasión. Tocaba mis tetas a la vez. Yo estaba chorreando y él se dio cuenta. Metió sus gruesos dedos dentro de mi agujero follándome con ellos. Aquello era la perdición.
Por un momento pensé qué pensaría mi madre si yo le contara que me estaba follando a uno de los actores que más le gustaban. Seguro que ni se lo hubiera creído. Pero lo mejor de aquel hombre no era lo famoso que era sino cuánto estaba haciendo por mí en aquella encimera.
Lamía mi clítoris, metía los dedos, a veces jugaba con su pulgar que lo pasaba por el clítoris entre lametón y lametón. YO me volvía loca. Yo quería más. Sus dedos, gruesos, perfectos muestrarios de pollas follándome. Su lengua, húmeda, lamiendo mis huecos. MI clítoris enervado y ardiendo….
Fueron los mejores quince minutos de mi vida y, por supuesto, me corrí. Fue correrme e ir inmediatamente hacia su polla. Me bajé de la encimera y me puse de rodillas para chupársela. Tenía una bonita polla recia de actor, de esas que da gusto ver, perfectamente recortado el vello, inmensa y espléndida. Chuparla fue una delicia. Metérmela en la boca entera para saborearla, lamiéndola de arriba abajo,s in dejar un rincón sin mis babas. Desde el culo hasta la punta, desde la punta hasta el culo, apartando con mi mano el cachete para poder llegar a su ano perfectamente limpio y perfumado. Qué polla tan bonita tenía el actor. No podía ser menos. Que bueno comérsela entera, chuparla sin desperdicio, lamerla. Con la mano lo masturbaba al tiempo, notando cómo se le ponía cada vez más gorda. El juego mano-boca se me da bien, puedo hacerte virguerías si te dejas. Aceleré la masturbación porque quería que se corriera. Que se corriera y tragármelo. Que me empapara. Que me llenara. Lamía con más ahínco sin parar de masturbarlo. Me avisó. Tuvo la delicadeza de avisarme.
—¡Voy a correrme!— dijo.
—Mejor— Contesté.
Su lefa entró en mi boca caliente y disparada. Llenó mi boca y yo tragué. Me relamí la comisura de los labios mirándole a la cara y él volvió a besarme. Seguimos acariciándonos mientras él se reponía. Con más tranquilidad, con la mesura de los que ya están satisfechos. Pero mi actor quería más y lo pidió.
—Quiero follarte, por favor.
Simplemente me puse a cuatro patas sobre el suelo de aquella cocina. Él abrió el frigorífico y cogió un tarro de miel. Sentí la miel caer por el culo y mi coño. Estaba fría. Di un respingón. Y, entonces, él metió la cara en mi culo y empezó lamerme de nuevo pero con la miel de por medio. Su lengua en mi culo me fascinó. Lamía con cuidado cada vez que incluía un poco más de miel. Con los dedos restregaba por mi coño para que no faltara en ningún sitio en el que pudiera acceder con la lengua. Pasaba los dedos con miel y después la lengua, era una sensación increíblemente excitante. Y, en un momento determinado, me la metió. Entró y me dio la sensación de que se podría salir por la boca. Su polla alcanzaba todo mi coño, lo cubría entero. Agarró mis caderas con las manos y empezó a moverme al compás de su empotramiento. Uno, otro, otro más. Yo gemía de placer sintiendo cómo me partía en dos, lo que aumentó cuando, en esa postura empezó a tocar mi clítoris. Tenía su polla dentro y el clítoris entre sus dedos. La combinación perfecta para que yo empujara hacia él, siguiendo el compás que me marcaba. Aquella follada estaba siendo mítica.
Me gustó mucho que no dejara de acariciarme por todos lados, que me pasara el dedo por la espalda desde la nuca hasta el culo, que me tocara las tetas, el clítoris, las piernas. Me encantó cuando me dio las cachetadas de cariño en las nalgas, me deshice cuando aceleró…..
Me corrí. Volví a correrme con toda aquella, pero seguí, seguí un poco más, esperando que él también lo hiciera. Lo hizo, claro que lo hizo, se corrió dentro de mí y se dejó caer sobre mi espalda. Permanecimos así unos minutos. Él besándome en el cuello, yo disfrutando de su peso sobre mí.
Nos quedamos mirándonos a la cara unos minutos y entonces preguntó:
—¿Querés quedarte a dormir?
—No— le dije yo— NO me gusta dormir con mis amantes esporádicos.
—Entiendo.
Nos vestimos despacito hablando de nosotros. En pocos días era mi cumpleaños y se lo dije. Me apetecía que viniera. Los días pasaron sin que tuviéramos noticias el uno del otro pero el 12 de julio vio los glóbitos en mi perfil y me dijo que si le daba la dirección, iría.
Cuando mi amiga abrió la puerta de mi casa lo dijo con mucha sorpresa: “UY, te lo habrán dicho muchas veces pero eres igual que Mario Passinetti.”
Él soltó una carcajada y contestó:
— Sí, me lo dice mucho— Y entró.
Mi marido no daba crédito a que el actor argentino estuviera en nuestra casa, pero es que, además, era tan forofo del fútbol como él, así que hicieron migas inmediatamente y pasaron horas hablando de su tema favorito. La cierta fue todo un éxito, no por la presencia del actor famoso sino porque el buen rollo que emanábamos todos. MI marido nunca supo que yo me había acostado con él. NO hacía falta; era mi intimidad, no la suya. Mario Passinetti terminó de rodar la película y regresó a Argentina y, aunque al principio mantuvimos la relación por redes sociales, el tiempo nos separó por completo.
Hace muchos años de esto. Yo cumplía entonces cuarenta y pocos. Pero sigo teniendo un recuerdo precioso de aquel hombre, forofo del River que me folló como ninguno y que, encima, se hizo colega de mi marido.
¿Quién sabe? Lo mismo rueda algún día en Almería y tengo la mitad del trabajo hecho.
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Empezamos a hablar por twitter como hace todo el mundo. Él contestó a una foto que puse de un cenicero mío, comprado en la India y me dijo que tenía uno igual desde hacía 20 años. Así empezó nuestra conversación. Ni siquiera le di mucha importancia a que fuera un actor conocido, con múltiples premios y cierta fama de conquistador. A mí me cayó bien porque ambos teníamos el mismo cenicero de la India. Era argentino, muy guapo y de esos tipos que difícilmente te disgustan. Por las conversaciones por twitter supe que era de River, un equipo de fútbol del que eran muchos de los amigos que tenía mi marido, lo que hizo que no nos faltara de conversación. Entre eso y que a los dos nos gustaba Hanik Kureishi, había días que podíamos hablar durante horas.
En julio siempre me he quedado “de Rodríguez”. Mi pareja y mi hijo se iban de vacaciones y yo me quedaba trabajando. Yo iba los fines de semana al pueblo y así formábamos parte de la mayoría de los hogares españoles, solo que, en mi caso, la que trabajaba era yo. Mi marido se dedicaba a tocarse el nardo. Y yo lo consentía. Una tarde, mientras moñeaba por twitter me llegó un mensaje del actor. “¿Dónde estás?”, yo para no explicarle mucho, le mandé mi ubicación: Plaza Mayor. Durante cinco años viví en la Plaza Mayor, no solo fui inmensamente feliz, eso me situó en un lugar privilegiado para poder quedar con cualquiera.
“¡No me lo creo! Yo estoy en una bocacalle. ¿Quedamos?”.
Aquel “¿Quedamos” me encantó. Claro que quería quedar con él. ¡Quién no querría quedar con él! Nota en un bar de la Calle De la Cruz. Cuando entró él, toda la barra se giró para observar cómo avanzaba hacia mí y me saludaba. Llevábamos tanto tiempo hablando por twitter que era como si nos conociéramos, cuando en realidad, no sabíamos nada el uno del otro. Me dio un abrazo subiéndome en volandas. Era alto, fuerte y muy guapo. Los dos lucíamos sendas sonrisas que demostraban que estábamos disfrutando con aquel encuentro.
Me contó que estaba divorciado, que tenía dos hijos ya mayores y que estaba en España rodando una película. Por eso estaba tan cerca de la Plazas Mayor, porque la productora tenía un apartamento en esa zona para los actores que trabajaban con ellos. Era más barato que un hotel y les daba la misma intimidad. A mí me pareció la mejor solución para estos casos.
Cenamos en un italiano. No sé por qué, yo que jamás ceno pasta, elegimos un italiano. Yo me conformé con una ensalada de esas que hacen los italianos con bresaola y él se pidió una fuente de espaguetties. Y digo fuente porque avisó al camarero de que, por favor, no le pusiera una única ración, que convenciera al cocinero de que el argentino venía con hambre y no tenía problema en pagar el suplemento. Sus spaghetti alle vongole eran sublimes.
Durante la cena nos centramos en nosotros. Ya nos habíamos situado como personas (yo con marido, él divorciado), seguimos hablando de intereses, de política, de cómo estaba el mundo y cómo aspirábamos que estuviera. Reímos y nos acercamos cada vez más el uno al otro. Hasta que llegó las horas de las copas. Su propuesta fue aceptada inmediatamente: quería que nos fuéramos a su casa a tomar un gin tonic.
La casa era un apartamento precioso, con cocina americana, dos habitaciones y un salón decorado con un gusto exquisito.
— ¡Qué bonito!— dije.
— Sí, ya sabes, producción siempre intenta que estés a gusto.
Gintonic para dos y música de Pink Martini. Me encantó que eligiera a uno de mis grupos favoritos. Parecía que el actor y yo teníamos en común muchas más cosas además del cenicero de la India. Empezamos a besarnos al segundo sorbo. Sus besos eran perfectos, de esos que se amoldan a tu boca y a tus labios, que te acarician con la lengua, que te muerden tenuemente. Sus manos empezaron rápidamente a moverse por encima de mi vestido de algodón, como intentando hacerse una idea de cómo era mi cuerpo. Yo desabroché su camisa para impregnarme de su olor y su inmensidad. Tenía un peco ancho, recio, con vello alrededor de los pezones y en el centro. Jugué con los pezones con los dedos y con la lengua mientras él me desnudaba por completo. Se quitó la camisa, los pantalones, los calcetines y los calzoncillos quedándonos desnudos ambos en un abrazo. Me acariciaba el cuello, los brazos, me apretaba los antebrazos como dejándome claro que no me dejaría escapar. Me besaba continuamente. Llegó a mis senos. Los besó con cuidado primero, con gusto después para terminar mordiéndome los pezones y excitarme al máximo. Con la mano iba a mi entrepierna como si quisiera comprobar mi humedad y no actuar hasta que no estuviera preparada. Mesaba el vello de mi pubis, dejaba entrar la mano para volverla a sacar. Yo me iba excitanto por momentos y quería más, mucho más.
Me cogió en brazos y me subió a la encimera de la cocina para abrirme las piernas y beberme. Su lengua se deslizaba por los rincones de mi vulva como intentando prolongar al máximo la más mínima excitación. Abrió las piernas con las manos para que no las cerrara y mis labios con los dedos para incursionar. Y así, llegó al clítoris que pedía a gritos que lo lamiera. Su lengua fue fantástica. Empezó despacio, como si lamiera un helado.
— Me gusta tu coño. Me gusta como sabes. Voy a hacer que te corras como solo tú sabes correrte.
Mi clítoris se hinchó poco a poco hasta resplandecer en mi hueco. Siguió lamiendo, ahora con más ahínco, con más fiereza, con más gusto y pasión. Tocaba mis tetas a la vez. Yo estaba chorreando y él se dio cuenta. Metió sus gruesos dedos dentro de mi agujero follándome con ellos. Aquello era la perdición.
Por un momento pensé qué pensaría mi madre si yo le contara que me estaba follando a uno de los actores que más le gustaban. Seguro que ni se lo hubiera creído. Pero lo mejor de aquel hombre no era lo famoso que era sino cuánto estaba haciendo por mí en aquella encimera.
Lamía mi clítoris, metía los dedos, a veces jugaba con su pulgar que lo pasaba por el clítoris entre lametón y lametón. YO me volvía loca. Yo quería más. Sus dedos, gruesos, perfectos muestrarios de pollas follándome. Su lengua, húmeda, lamiendo mis huecos. MI clítoris enervado y ardiendo….
Fueron los mejores quince minutos de mi vida y, por supuesto, me corrí. Fue correrme e ir inmediatamente hacia su polla. Me bajé de la encimera y me puse de rodillas para chupársela. Tenía una bonita polla recia de actor, de esas que da gusto ver, perfectamente recortado el vello, inmensa y espléndida. Chuparla fue una delicia. Metérmela en la boca entera para saborearla, lamiéndola de arriba abajo,s in dejar un rincón sin mis babas. Desde el culo hasta la punta, desde la punta hasta el culo, apartando con mi mano el cachete para poder llegar a su ano perfectamente limpio y perfumado. Qué polla tan bonita tenía el actor. No podía ser menos. Que bueno comérsela entera, chuparla sin desperdicio, lamerla. Con la mano lo masturbaba al tiempo, notando cómo se le ponía cada vez más gorda. El juego mano-boca se me da bien, puedo hacerte virguerías si te dejas. Aceleré la masturbación porque quería que se corriera. Que se corriera y tragármelo. Que me empapara. Que me llenara. Lamía con más ahínco sin parar de masturbarlo. Me avisó. Tuvo la delicadeza de avisarme.
—¡Voy a correrme!— dijo.
—Mejor— Contesté.
Su lefa entró en mi boca caliente y disparada. Llenó mi boca y yo tragué. Me relamí la comisura de los labios mirándole a la cara y él volvió a besarme. Seguimos acariciándonos mientras él se reponía. Con más tranquilidad, con la mesura de los que ya están satisfechos. Pero mi actor quería más y lo pidió.
—Quiero follarte, por favor.
Simplemente me puse a cuatro patas sobre el suelo de aquella cocina. Él abrió el frigorífico y cogió un tarro de miel. Sentí la miel caer por el culo y mi coño. Estaba fría. Di un respingón. Y, entonces, él metió la cara en mi culo y empezó lamerme de nuevo pero con la miel de por medio. Su lengua en mi culo me fascinó. Lamía con cuidado cada vez que incluía un poco más de miel. Con los dedos restregaba por mi coño para que no faltara en ningún sitio en el que pudiera acceder con la lengua. Pasaba los dedos con miel y después la lengua, era una sensación increíblemente excitante. Y, en un momento determinado, me la metió. Entró y me dio la sensación de que se podría salir por la boca. Su polla alcanzaba todo mi coño, lo cubría entero. Agarró mis caderas con las manos y empezó a moverme al compás de su empotramiento. Uno, otro, otro más. Yo gemía de placer sintiendo cómo me partía en dos, lo que aumentó cuando, en esa postura empezó a tocar mi clítoris. Tenía su polla dentro y el clítoris entre sus dedos. La combinación perfecta para que yo empujara hacia él, siguiendo el compás que me marcaba. Aquella follada estaba siendo mítica.
Me gustó mucho que no dejara de acariciarme por todos lados, que me pasara el dedo por la espalda desde la nuca hasta el culo, que me tocara las tetas, el clítoris, las piernas. Me encantó cuando me dio las cachetadas de cariño en las nalgas, me deshice cuando aceleró…..
Me corrí. Volví a correrme con toda aquella, pero seguí, seguí un poco más, esperando que él también lo hiciera. Lo hizo, claro que lo hizo, se corrió dentro de mí y se dejó caer sobre mi espalda. Permanecimos así unos minutos. Él besándome en el cuello, yo disfrutando de su peso sobre mí.
Nos quedamos mirándonos a la cara unos minutos y entonces preguntó:
—¿Querés quedarte a dormir?
—No— le dije yo— NO me gusta dormir con mis amantes esporádicos.
—Entiendo.
Nos vestimos despacito hablando de nosotros. En pocos días era mi cumpleaños y se lo dije. Me apetecía que viniera. Los días pasaron sin que tuviéramos noticias el uno del otro pero el 12 de julio vio los glóbitos en mi perfil y me dijo que si le daba la dirección, iría.
Cuando mi amiga abrió la puerta de mi casa lo dijo con mucha sorpresa: “UY, te lo habrán dicho muchas veces pero eres igual que Mario Passinetti.”
Él soltó una carcajada y contestó:
— Sí, me lo dice mucho— Y entró.
Mi marido no daba crédito a que el actor argentino estuviera en nuestra casa, pero es que, además, era tan forofo del fútbol como él, así que hicieron migas inmediatamente y pasaron horas hablando de su tema favorito. La cierta fue todo un éxito, no por la presencia del actor famoso sino porque el buen rollo que emanábamos todos. MI marido nunca supo que yo me había acostado con él. NO hacía falta; era mi intimidad, no la suya. Mario Passinetti terminó de rodar la película y regresó a Argentina y, aunque al principio mantuvimos la relación por redes sociales, el tiempo nos separó por completo.
Hace muchos años de esto. Yo cumplía entonces cuarenta y pocos. Pero sigo teniendo un recuerdo precioso de aquel hombre, forofo del River que me folló como ninguno y que, encima, se hizo colega de mi marido.
¿Quién sabe? Lo mismo rueda algún día en Almería y tengo la mitad del trabajo hecho.
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