T02XE35 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El Experimento (que no salió)
Cuando quise que me quisieran y no lo hicieron
Me gustó, que lo primero que hiciera nada más verme fuera besarme. Abrazarme y besarme en una sana proporción que me hizo sentir bien. Querida. Esperada. Mi tren no había podido llegar por culpa de los destrozos de la Dana de turno y, como soy tan exquisita, lo eximí de que fuera a buscarme a la estación, tal y como habíamos quedado. Donde estaba obligado a besarme. Se lo había dicho: “si vienes a la estación tendrás que besarme; tú mismo”.
Desde el principio dejamos claro que sería un experimento al mismo tiempo que nos halagábamos y calentábamos.
No demandó demasiado desnudo, cosa que agradecí, no porque no me gusten, porque aún me cuesta verme.
Recuerden, yo tengo las tetas feas.
Pero desde que estoy en el Cuartito Oscuro, mi autoestima va mejorando. Porque en la terapia de grupo nos marcamos un fototetas y hacemos no solo que nos veamos, sino que nos alabemos.
Empezamos a gustarnos… Llevamos más de un año.
El caso es que me presenté en la casa en la que estaba el susodicho.
Apartamento.
Una única habitación.
Mucha luz.
Decoración minimalista muy bonita.
Mobiliario todoterreno pero estiloso.
Una bendición.
Abrió la puesta me abrazó y me besó.
Qué bonito, esto, Caballero.
Llamaremos caballero a, este, mi último amante, porque es, además, el hombre de más edad con el que he tenido sexo. La primera vez hace diez años.
Una cosa esporádica, fortuita y divertida que, por supuesto, ya les he contado en, este mi podcast del alma. Y él lo escuchó. Y le gustó. Y me mandó un mensaje lindísimo agradeciéndome que escribiera tan bonito de nuestro encuentro.
— ¿Dónde estás? Voy a Madrid cuatro días.
“Por este mes, estaré aquí”, escribió en el chat.
— ¡Qué bien!— Pensé.
Y decidimos regalarnos esos cuatro días para nosotros. Para vernos. Para contarnos. Para intentarlo. “Solo 4 días. No voy a ser ni tu novia ni tu amante fija”, le dije en un mensaje. “No quiero”, contestó.
Era perfecto.
Me gustó cómo me recibió y lo fácil que fue todo. Un beso despacio, largo en la puerta de su apartamento,donde llegué con una maleta y una mochila repleta de cosas ricas de Almería para las cenas. La vena de cuidadora que no falte, con lo mona que quedo comiendo en la calle pero deduje que aquel no querría pasearme por Malasaña; que yo supiera, tenía pareja desde hace años. Pero no pregunto. Yo dejo. Y entré en un apartamento en el que vivía solo y en el que no parecía que hubiera necesidad de más cepillos de dientes en el cuarto de baño. A mí me encantó.
Me desnudó rápido. Me quiso pronto y me tuvo inmediatamente porque yo venía a eso, a estar 4 días con un amante. Se quitó la camisa, blanca, impecable, y lo vi extremadamente delgado. No lo recordaba tan flaco. El verano no ha sido su mejor momento por el color cerúleo que lucía, contraste con mi moreno cabogatero. Me besó y besó. Hasta comerme todo lo entera que se me puede comer. Abrió mis piernas y lamió con cuidado, sabiendo perfectamente cómo hacerlo y haciéndolo.
Este ha estado años con una buena mujer que ha invertido horas en no quedarse a medios. A la que el resto de la humanidad le agradecemos su generosidad. Lo comía bien. Pero yo no me corrí. Disfruté, sí, me lo pasé bien, también. Pero no me corrí. No consiguió que llegara donde llego con otros amantes. Me gustó mucho su polla. Recia. Gorda. Tamaño medio pero potente. Me sorprendió por la edad, siempre he pensado que los sesenta es una edad maldita. Pero no. No lo es. No lo es en absoluto. Me gustaba follar con él, claro que me gustaba. Gemía yo más, porque soy más exagerada. Él murmura, no habla, susurra sus dudas, no las manifiesta. En todas las conversaciones que pudimos tener dejamos constancia de lo poco que nos parecíamos. En pensamiento, palabra y obra. Pero sin culpas.
Chupársela fue una delicia. Porque era preciosa, porque estaba dura, porque me cabía entera hasta el fondo y porque era importante sin ser descomunal lo que hacía que apeteciera mucho más. Me gustó su piel, inmaculada ella, me gustó que tuviera un defecto en la nariz y que se lo tocara continuamente, entendí que no estuviera pendiente de mí y que pareciera huir de todas las demostraciones excesivas. Con lo excesiva que soy yo. Pero la frialdad era evidente. Parecía que le costara quererme. Parecía que me quisiera transparente. Él me quiso y me quiso bien. Bebiéndome entera, comiéndomelo muy muy bien. Sin conseguir que me corriera y contemplándose intentarlo con la polla.
Que tampoco. Pero me gustó. Me gustó. Me gustó porque era un complemento a lo que había ocurrido diez años antes. Me gustó porque su polla era de esas que son plenas, que mira que es difícil encontrarlas porque a todas les encuentras huecos…
Salimos a tomar algo. Yo tenía hambre de Madrid y él se dejó. Me fijé en que, si yo me paraba, él avanzaba unos pasos para que no se nos viera juntos o tuviera que presentarlo. Yo, en Madrid, toda divina y preciosa, paseada por alguien que querría que no me miraran mucho. Llegamos a la taberna de mis amores, pedimos media botella, unas chacinas, cuarenta minutos escasos y regreso. Ni un beso. Ni un gesto de cariño. Una conversación espléndida aunque de verborrea ande escaso, pero yo soy un torrente… más si le pongo ganas. Y ver a este hombre me apetecía. Lo admiraba, cosa mala cuando hablamos de amantes de los que no puedes engancharte…
Yo no quería engancharme de él. Solo quería ser su cosa bonita 4 días. Solo.
Cenamos en un oriental a dos pasos de su casa, de estos que tienes poca carta y eso los hace especiales. De ahí, directos a su precioso salón. Sin alcohol. Sin nada más que nuestra compañía que helaba cualquier atisbo de deseo.
No me deseaba. Se le notaba.
— ¿Qué te pasa? ¿Qué hay mal?
— Hay que ya no estoy con mi mujer. Desde hace un mes.
Me quedé helada.
— ¡¿Qué?! No me digas eso, por favor… ¿Soy la primera con la que te acuestas después de ella?
— Sí.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! No me importa nada ser una más de la larga ristra de quienes me gustan. No tengo problema. Pero no quiero ser la primera con la que te acuestas después de que tu relación se acabe por una cosa muy sencilla: estarás frío. Querrás ordenar tu cabeza. Descubrir los sentimientos que te quedan hacia esa persona que fue el epicentro de tu vida.
Y no es solo ella.
Es su familia.
Es sus manías.
Es su manera de hacer el pulpo a la gallega, es su alegría en todas las fiestas, son los besos que te dieron por las esquinas y lo bien que asumiste envejecer a su lado…
Con ella..
Cuando la persona con la que te has visto vieja desaparece de tu vida, da igual quien lo haya decidido, tu vida explota.
Y reconstruirse lleva mucho tiempo y mucha ayuda.
Me dio igual que dejaran de quererme; lo entendí. Lo que nunca asimilaré es que quisieran hacerme daño; si la primera persona con la que yo hubiera estado después de mi marido me hubiera hecho lo más mínimo, yo me habría muerto.
Ser la primera… No, no quiero.
Le dije que me hubiera gustado saberlo antes de ir, me levanté, le di un beso y me fui a la cama. Mi camisón era lo más lencero que pude. La cama, una maravilla de esas que tienen los que tienen dinero, era muy cómoda, pero yo necesité cogerle el punto. De lado, con la esperanza de que me abrazara por detrás y durmiéramos así. Oliéndonos. Vino a la cama, claro que vino. Y hasta me quiso. Me quiso bien. Me quiso tan bien que se puso a tres palmos de mí. Mirando al techo. Completamente quieto.
Respirando despacio.
Acariciándose la yema de los dedos.
Me desperté temprano, debían ser las cinco o así. A mi lado no había nadie. Abrí la puerta del salón y lo vi en la cama del sofá enorme en el que me había comido el coño la tarde anterior. Volví a la cama y me acosté. A las diez estaba arriba para ir a desayunar. Qué bueno vivir en el centro y que haya café en cualquier sitio porque yo, que ni siquiera como ya nada por la mañana, necesité el café con leche enorme para poder despedirme, de nuevo con un beso y desaparecer.
Yo tenía una mañana preciosa. Una mañana pidiendo dinero, suplicándolo más bien, para saldar la herida abierta en canal que tengo, esa que no me deja respirar.
Yo perdería mi casa a finales de mes a menos que consiguiera 60 mil. Y los conseguí. 60 mil justos. Me los presta mi abogado, un señor empeñado en que el mundo sea menos raro y menos malo. Tuvimos la reunión en madrid, él, de Lisboa, yo de Almería. Aquella era la mejor noticia posible.
Me había empeñado en estar con aquel amante por eso. Porque querría celebrar haber conseguido el dinero para devolvérselo a su propietario y que salga de mi vida para siempre jamás. Quitarme la puta losa del chulo al que mantuve y que me traicionó. No por irse con otra, me alegro de que lo quieran. Lo necesita.
Quería celebrar que aquel saldría para siempre jamás porque ya nada le uniría a mi vida, ni nuestro hijo, demasiado mayor como para no tomar partido. Y pensé que aquel amante, una botella de Cava Premium, regalo de Navidad de alguien que me quiere a ratos, para querer a alguien a quien no quería más que ese rato.
Llegué a casa parándome en todos sitios. Carne para que comas como te gusta, dos botellas de vino y un ramo de girasoles, que me gustan mucho. Así regresé al apartamento de aquel amante que la primera noche se había ido a dormir al sofá.
—Te mueves demasiado.
—Hasta que me duermo, que entonces muero.
— No lo soporté.
Llegué contenta y esperanzada. Podíamos hacer una cena chula, brindar por los triunfos y follaríamos, seguro, seguro que sí. Puse los girasoles en un jarrón precioso de diseño nórdico me di la vuelta, lo abracé y lo besé.
Y entonces lo dijo:
— Tanita, ven. Quiero hablar contigo.
Lo escuché sin decir nada. Pudo explicarme bien que no se encontraba bien conmigo cerca. Que no sabía qué echaba de menos tanto como para no poder besarme a mí. Que lo incomodaba cuando estaba en la casa.
Lo entendí tan bien.
Normal, hijo.
Hace mes y medio que te has dejado con la mujer con la que pensaste que morirías. Por muy mona que yo sea, por muy maja, ese sapo lo tienes que tragar tú solo. No con una pululando en pelotas.
— Lo entiendo. No te preocupes, lo entiendo. Te incomodo a cada paso. Lo entiendo.
Mientras hablaba recogía mis cosas y rehacía la maleta desecha solo el día anterior. Había puesto una lavadora y, con estos sudores, aproveché para lavar lo poco que había usado. Ël recogió toda la ropa tendida, dobló la mía y me la acercó.
— Gracias— Musitó.
— No te preocupes, lo entiendo.
— Yo querría agradecerte todo lo que estás haciendo, que me hayas entendido tan bien y que estés haciendo lo que estás haciendo.
Yo tenía que salir de aquel súper apartamento.
— No te preocupes, de verdad, entiendo que…
— ¡Déjame que te dé las gracias!—clamó— ¡Solo te estoy agradeciendo que hagas esto!
Me lo dijo en un tono inapropiado. Le clavé la mirada. Me mordí la lengua. Suspiré. Y seguí recogiendo mis cosas. Imagino que estará acostumbrado a los melodramas. A que ella se mosquee después de haber ido más días a Madrid solo porque dijiste que podía pasar 4 días en tu casa. Supongo que esperabas que me cagara en tu Puta madre o que te obligara a pagarme, qué menos, un hotel. ¿Es eso, Rosarino? ¿En serio?
Quiero irme de tu lado porque emanas el mismo sentimiento de fracaso que emanaba yo hace dos años, cuando me dejaron. No sabes qué coño te ha pasado. En qué has fallado. Cómo han podido hacerte esto a ti… ¿Verdad? No, no lo quiero cerca porque escapo de él, apenas. Hace muy poco yo estaba así. Si hubiera sabido que ya no tenías mujer, no habría venido a tu casa.
¿A qué?
Me acompañó a la puerta levándome la mochila mientras yo manejaba la maleta. Nos despedimos con un beso bonesto.
— SI hay una tercera vez que sea mejor— Le dije al irme. Me pareció una buena frase para poner punto y final a nuestro idilio.
Abandoné su calle arrastrando un sentimiento de compasión. Me daba pena, mucha pena. Sabía lo mal que estaba y, lo que no entendía, es qué había querido encontrar en mí; no creo que sea ningún buen bálsamo..
Me senté en la mesa del restaurante chino por inercia. Tenía que pensar. Tenía por delante 3 noches y no tenía dónde dormir. Sí, un hotel, pero yo no tengo dinero para poder ir siempre a hoteles, solo voy a hoteles cuando me los paga la tele y tengo que reconocer, que me mima muchísimo. Mientras comía gyozas y sushi al mismo tiempo hice repaso mental de a quién podía molestar y fui consciente de lo sola que estoy, en realidad. Tengo gente en Madrid que me quiere, pero no me puede hospedar.
Hasta que me acordé de él. De Pablo. Uno de los mejores editores que he tenido nunca. Eterno salva culo. Que me acogió en su seno a cambio de medio kilo de azufaifas, unos lomos de sardinas en aceite y unos dátiles madurando aún en su rama, muy almeriense. La morcilla, chorizo y el queso de Serón se había quedado en la otra casa, así que no hubo otra que recoger la botella buena de vino, la que compré. La que me regalaron se la dejé en la casa aquella en la que se sufría.
Y llevaba un cava magnífico en la mochila para celebrar lo que yo quería celebrar y que había sido la excusa de que yo quedara con un ex amante que hacía 10 años que no veía.
Celebré. Claro que celebré. Celebré con Pablo, con Candela y con Carmencita, celebramos y brindamos por que yo había conseguido los 60 mil euros que le debo a un señor. Nos quisimos y nos cuidamos. Nos dijimos y nos abrazamos. No me sentí sola, que era algo que me daba pavor: conseguir el dinero y no poder brindar con nadie.
Llegué a casa con una sensación extraña. Por un lado de decepción porque me hubiera gustado gustarle un poquito más a mi ex amante y haber hecho de esos 4 días juntos un recuerdo precioso. Y por otro de paz por comprobar que se me quiere aunque sea de lejos. Y que siempre podré recurrir a algunos, aunque sean pocos. Aunque pierda un vestido nuevo porque no aparece y no sé en qué casa me lo dejé… Pero, seguro, aparece de nuevo.
No volveré a dormir en la calle, como aquella vez que una de mis amigas me dijo que no podía ir a su casa porque estaban todas sus hijas.
Hubiera dormido en el suelo. Dormí en el suelo de la puerta de la Estación de Autobuses, así que, mejor con techo.
Pero las separaciones, ya lo sabemos, son un motivo más que suficiente para hacer buena limpieza de agenda y de entrañas. He aprendido que quererme no es fácil, tampoco gratuito. Pero no es lo que muchas personas practicaban.
Y así, también les he contado el día que mi amante no me quiso y me salvó el que me quería, menos sexo, lo sé. ¿Y qué? Esto no nos va a dejar en el dique seco; somos amazonas: nos levantamos y seguimos.
Cuando quise que me quisieran y no lo hicieron
Me gustó, que lo primero que hiciera nada más verme fuera besarme. Abrazarme y besarme en una sana proporción que me hizo sentir bien. Querida. Esperada. Mi tren no había podido llegar por culpa de los destrozos de la Dana de turno y, como soy tan exquisita, lo eximí de que fuera a buscarme a la estación, tal y como habíamos quedado. Donde estaba obligado a besarme. Se lo había dicho: “si vienes a la estación tendrás que besarme; tú mismo”.
Desde el principio dejamos claro que sería un experimento al mismo tiempo que nos halagábamos y calentábamos.
No demandó demasiado desnudo, cosa que agradecí, no porque no me gusten, porque aún me cuesta verme.
Recuerden, yo tengo las tetas feas.
Pero desde que estoy en el Cuartito Oscuro, mi autoestima va mejorando. Porque en la terapia de grupo nos marcamos un fototetas y hacemos no solo que nos veamos, sino que nos alabemos.
Empezamos a gustarnos… Llevamos más de un año.
El caso es que me presenté en la casa en la que estaba el susodicho.
Apartamento.
Una única habitación.
Mucha luz.
Decoración minimalista muy bonita.
Mobiliario todoterreno pero estiloso.
Una bendición.
Abrió la puesta me abrazó y me besó.
Qué bonito, esto, Caballero.
Llamaremos caballero a, este, mi último amante, porque es, además, el hombre de más edad con el que he tenido sexo. La primera vez hace diez años.
Una cosa esporádica, fortuita y divertida que, por supuesto, ya les he contado en, este mi podcast del alma. Y él lo escuchó. Y le gustó. Y me mandó un mensaje lindísimo agradeciéndome que escribiera tan bonito de nuestro encuentro.
— ¿Dónde estás? Voy a Madrid cuatro días.
“Por este mes, estaré aquí”, escribió en el chat.
— ¡Qué bien!— Pensé.
Y decidimos regalarnos esos cuatro días para nosotros. Para vernos. Para contarnos. Para intentarlo. “Solo 4 días. No voy a ser ni tu novia ni tu amante fija”, le dije en un mensaje. “No quiero”, contestó.
Era perfecto.
Me gustó cómo me recibió y lo fácil que fue todo. Un beso despacio, largo en la puerta de su apartamento,donde llegué con una maleta y una mochila repleta de cosas ricas de Almería para las cenas. La vena de cuidadora que no falte, con lo mona que quedo comiendo en la calle pero deduje que aquel no querría pasearme por Malasaña; que yo supiera, tenía pareja desde hace años. Pero no pregunto. Yo dejo. Y entré en un apartamento en el que vivía solo y en el que no parecía que hubiera necesidad de más cepillos de dientes en el cuarto de baño. A mí me encantó.
Me desnudó rápido. Me quiso pronto y me tuvo inmediatamente porque yo venía a eso, a estar 4 días con un amante. Se quitó la camisa, blanca, impecable, y lo vi extremadamente delgado. No lo recordaba tan flaco. El verano no ha sido su mejor momento por el color cerúleo que lucía, contraste con mi moreno cabogatero. Me besó y besó. Hasta comerme todo lo entera que se me puede comer. Abrió mis piernas y lamió con cuidado, sabiendo perfectamente cómo hacerlo y haciéndolo.
Este ha estado años con una buena mujer que ha invertido horas en no quedarse a medios. A la que el resto de la humanidad le agradecemos su generosidad. Lo comía bien. Pero yo no me corrí. Disfruté, sí, me lo pasé bien, también. Pero no me corrí. No consiguió que llegara donde llego con otros amantes. Me gustó mucho su polla. Recia. Gorda. Tamaño medio pero potente. Me sorprendió por la edad, siempre he pensado que los sesenta es una edad maldita. Pero no. No lo es. No lo es en absoluto. Me gustaba follar con él, claro que me gustaba. Gemía yo más, porque soy más exagerada. Él murmura, no habla, susurra sus dudas, no las manifiesta. En todas las conversaciones que pudimos tener dejamos constancia de lo poco que nos parecíamos. En pensamiento, palabra y obra. Pero sin culpas.
Chupársela fue una delicia. Porque era preciosa, porque estaba dura, porque me cabía entera hasta el fondo y porque era importante sin ser descomunal lo que hacía que apeteciera mucho más. Me gustó su piel, inmaculada ella, me gustó que tuviera un defecto en la nariz y que se lo tocara continuamente, entendí que no estuviera pendiente de mí y que pareciera huir de todas las demostraciones excesivas. Con lo excesiva que soy yo. Pero la frialdad era evidente. Parecía que le costara quererme. Parecía que me quisiera transparente. Él me quiso y me quiso bien. Bebiéndome entera, comiéndomelo muy muy bien. Sin conseguir que me corriera y contemplándose intentarlo con la polla.
Que tampoco. Pero me gustó. Me gustó. Me gustó porque era un complemento a lo que había ocurrido diez años antes. Me gustó porque su polla era de esas que son plenas, que mira que es difícil encontrarlas porque a todas les encuentras huecos…
Salimos a tomar algo. Yo tenía hambre de Madrid y él se dejó. Me fijé en que, si yo me paraba, él avanzaba unos pasos para que no se nos viera juntos o tuviera que presentarlo. Yo, en Madrid, toda divina y preciosa, paseada por alguien que querría que no me miraran mucho. Llegamos a la taberna de mis amores, pedimos media botella, unas chacinas, cuarenta minutos escasos y regreso. Ni un beso. Ni un gesto de cariño. Una conversación espléndida aunque de verborrea ande escaso, pero yo soy un torrente… más si le pongo ganas. Y ver a este hombre me apetecía. Lo admiraba, cosa mala cuando hablamos de amantes de los que no puedes engancharte…
Yo no quería engancharme de él. Solo quería ser su cosa bonita 4 días. Solo.
Cenamos en un oriental a dos pasos de su casa, de estos que tienes poca carta y eso los hace especiales. De ahí, directos a su precioso salón. Sin alcohol. Sin nada más que nuestra compañía que helaba cualquier atisbo de deseo.
No me deseaba. Se le notaba.
— ¿Qué te pasa? ¿Qué hay mal?
— Hay que ya no estoy con mi mujer. Desde hace un mes.
Me quedé helada.
— ¡¿Qué?! No me digas eso, por favor… ¿Soy la primera con la que te acuestas después de ella?
— Sí.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! No me importa nada ser una más de la larga ristra de quienes me gustan. No tengo problema. Pero no quiero ser la primera con la que te acuestas después de que tu relación se acabe por una cosa muy sencilla: estarás frío. Querrás ordenar tu cabeza. Descubrir los sentimientos que te quedan hacia esa persona que fue el epicentro de tu vida.
Y no es solo ella.
Es su familia.
Es sus manías.
Es su manera de hacer el pulpo a la gallega, es su alegría en todas las fiestas, son los besos que te dieron por las esquinas y lo bien que asumiste envejecer a su lado…
Con ella..
Cuando la persona con la que te has visto vieja desaparece de tu vida, da igual quien lo haya decidido, tu vida explota.
Y reconstruirse lleva mucho tiempo y mucha ayuda.
Me dio igual que dejaran de quererme; lo entendí. Lo que nunca asimilaré es que quisieran hacerme daño; si la primera persona con la que yo hubiera estado después de mi marido me hubiera hecho lo más mínimo, yo me habría muerto.
Ser la primera… No, no quiero.
Le dije que me hubiera gustado saberlo antes de ir, me levanté, le di un beso y me fui a la cama. Mi camisón era lo más lencero que pude. La cama, una maravilla de esas que tienen los que tienen dinero, era muy cómoda, pero yo necesité cogerle el punto. De lado, con la esperanza de que me abrazara por detrás y durmiéramos así. Oliéndonos. Vino a la cama, claro que vino. Y hasta me quiso. Me quiso bien. Me quiso tan bien que se puso a tres palmos de mí. Mirando al techo. Completamente quieto.
Respirando despacio.
Acariciándose la yema de los dedos.
Me desperté temprano, debían ser las cinco o así. A mi lado no había nadie. Abrí la puerta del salón y lo vi en la cama del sofá enorme en el que me había comido el coño la tarde anterior. Volví a la cama y me acosté. A las diez estaba arriba para ir a desayunar. Qué bueno vivir en el centro y que haya café en cualquier sitio porque yo, que ni siquiera como ya nada por la mañana, necesité el café con leche enorme para poder despedirme, de nuevo con un beso y desaparecer.
Yo tenía una mañana preciosa. Una mañana pidiendo dinero, suplicándolo más bien, para saldar la herida abierta en canal que tengo, esa que no me deja respirar.
Yo perdería mi casa a finales de mes a menos que consiguiera 60 mil. Y los conseguí. 60 mil justos. Me los presta mi abogado, un señor empeñado en que el mundo sea menos raro y menos malo. Tuvimos la reunión en madrid, él, de Lisboa, yo de Almería. Aquella era la mejor noticia posible.
Me había empeñado en estar con aquel amante por eso. Porque querría celebrar haber conseguido el dinero para devolvérselo a su propietario y que salga de mi vida para siempre jamás. Quitarme la puta losa del chulo al que mantuve y que me traicionó. No por irse con otra, me alegro de que lo quieran. Lo necesita.
Quería celebrar que aquel saldría para siempre jamás porque ya nada le uniría a mi vida, ni nuestro hijo, demasiado mayor como para no tomar partido. Y pensé que aquel amante, una botella de Cava Premium, regalo de Navidad de alguien que me quiere a ratos, para querer a alguien a quien no quería más que ese rato.
Llegué a casa parándome en todos sitios. Carne para que comas como te gusta, dos botellas de vino y un ramo de girasoles, que me gustan mucho. Así regresé al apartamento de aquel amante que la primera noche se había ido a dormir al sofá.
—Te mueves demasiado.
—Hasta que me duermo, que entonces muero.
— No lo soporté.
Llegué contenta y esperanzada. Podíamos hacer una cena chula, brindar por los triunfos y follaríamos, seguro, seguro que sí. Puse los girasoles en un jarrón precioso de diseño nórdico me di la vuelta, lo abracé y lo besé.
Y entonces lo dijo:
— Tanita, ven. Quiero hablar contigo.
Lo escuché sin decir nada. Pudo explicarme bien que no se encontraba bien conmigo cerca. Que no sabía qué echaba de menos tanto como para no poder besarme a mí. Que lo incomodaba cuando estaba en la casa.
Lo entendí tan bien.
Normal, hijo.
Hace mes y medio que te has dejado con la mujer con la que pensaste que morirías. Por muy mona que yo sea, por muy maja, ese sapo lo tienes que tragar tú solo. No con una pululando en pelotas.
— Lo entiendo. No te preocupes, lo entiendo. Te incomodo a cada paso. Lo entiendo.
Mientras hablaba recogía mis cosas y rehacía la maleta desecha solo el día anterior. Había puesto una lavadora y, con estos sudores, aproveché para lavar lo poco que había usado. Ël recogió toda la ropa tendida, dobló la mía y me la acercó.
— Gracias— Musitó.
— No te preocupes, lo entiendo.
— Yo querría agradecerte todo lo que estás haciendo, que me hayas entendido tan bien y que estés haciendo lo que estás haciendo.
Yo tenía que salir de aquel súper apartamento.
— No te preocupes, de verdad, entiendo que…
— ¡Déjame que te dé las gracias!—clamó— ¡Solo te estoy agradeciendo que hagas esto!
Me lo dijo en un tono inapropiado. Le clavé la mirada. Me mordí la lengua. Suspiré. Y seguí recogiendo mis cosas. Imagino que estará acostumbrado a los melodramas. A que ella se mosquee después de haber ido más días a Madrid solo porque dijiste que podía pasar 4 días en tu casa. Supongo que esperabas que me cagara en tu Puta madre o que te obligara a pagarme, qué menos, un hotel. ¿Es eso, Rosarino? ¿En serio?
Quiero irme de tu lado porque emanas el mismo sentimiento de fracaso que emanaba yo hace dos años, cuando me dejaron. No sabes qué coño te ha pasado. En qué has fallado. Cómo han podido hacerte esto a ti… ¿Verdad? No, no lo quiero cerca porque escapo de él, apenas. Hace muy poco yo estaba así. Si hubiera sabido que ya no tenías mujer, no habría venido a tu casa.
¿A qué?
Me acompañó a la puerta levándome la mochila mientras yo manejaba la maleta. Nos despedimos con un beso bonesto.
— SI hay una tercera vez que sea mejor— Le dije al irme. Me pareció una buena frase para poner punto y final a nuestro idilio.
Abandoné su calle arrastrando un sentimiento de compasión. Me daba pena, mucha pena. Sabía lo mal que estaba y, lo que no entendía, es qué había querido encontrar en mí; no creo que sea ningún buen bálsamo..
Me senté en la mesa del restaurante chino por inercia. Tenía que pensar. Tenía por delante 3 noches y no tenía dónde dormir. Sí, un hotel, pero yo no tengo dinero para poder ir siempre a hoteles, solo voy a hoteles cuando me los paga la tele y tengo que reconocer, que me mima muchísimo. Mientras comía gyozas y sushi al mismo tiempo hice repaso mental de a quién podía molestar y fui consciente de lo sola que estoy, en realidad. Tengo gente en Madrid que me quiere, pero no me puede hospedar.
Hasta que me acordé de él. De Pablo. Uno de los mejores editores que he tenido nunca. Eterno salva culo. Que me acogió en su seno a cambio de medio kilo de azufaifas, unos lomos de sardinas en aceite y unos dátiles madurando aún en su rama, muy almeriense. La morcilla, chorizo y el queso de Serón se había quedado en la otra casa, así que no hubo otra que recoger la botella buena de vino, la que compré. La que me regalaron se la dejé en la casa aquella en la que se sufría.
Y llevaba un cava magnífico en la mochila para celebrar lo que yo quería celebrar y que había sido la excusa de que yo quedara con un ex amante que hacía 10 años que no veía.
Celebré. Claro que celebré. Celebré con Pablo, con Candela y con Carmencita, celebramos y brindamos por que yo había conseguido los 60 mil euros que le debo a un señor. Nos quisimos y nos cuidamos. Nos dijimos y nos abrazamos. No me sentí sola, que era algo que me daba pavor: conseguir el dinero y no poder brindar con nadie.
Llegué a casa con una sensación extraña. Por un lado de decepción porque me hubiera gustado gustarle un poquito más a mi ex amante y haber hecho de esos 4 días juntos un recuerdo precioso. Y por otro de paz por comprobar que se me quiere aunque sea de lejos. Y que siempre podré recurrir a algunos, aunque sean pocos. Aunque pierda un vestido nuevo porque no aparece y no sé en qué casa me lo dejé… Pero, seguro, aparece de nuevo.
No volveré a dormir en la calle, como aquella vez que una de mis amigas me dijo que no podía ir a su casa porque estaban todas sus hijas.
Hubiera dormido en el suelo. Dormí en el suelo de la puerta de la Estación de Autobuses, así que, mejor con techo.
Pero las separaciones, ya lo sabemos, son un motivo más que suficiente para hacer buena limpieza de agenda y de entrañas. He aprendido que quererme no es fácil, tampoco gratuito. Pero no es lo que muchas personas practicaban.
Y así, también les he contado el día que mi amante no me quiso y me salvó el que me quería, menos sexo, lo sé. ¿Y qué? Esto no nos va a dejar en el dique seco; somos amazonas: nos levantamos y seguimos.