Ya saben lo que pensamos, sentimos e imaginamos. Existe la tecnología para leer la mente, y no es ciencia ficción, aunque pudiera parecerlo. Esos pensamientos e imágenes a los que - teóricamente - sólo nosotros tenemos acceso y que son datos cerebrales confidenciales, podrían estar en riesgo e incluso tener un uso comercial por parte de empresas privadas. Eso quiere decir que se puede influir en lo que piensas, en lo que votas y en cómo te comportas. Y no hace falta que te introduzcan un chip en el cerebro para ello; hoy día pueden acceder a lo que pensamos o sentimos de manera mucho más sencilla. Eso supone tener la llave para colarse sin permiso en nuestro espacio más personal, un paso más que nos llevaría a perder la autonomía y el libre pensamiento. En este capítulo hablamos de la protección legal de esa esfera, los llamados "neuroderechos", impulsados por el neurobiólogo español Rafael Yuste y regulados en un pocos países hasta el momento, ninguno europeo.
Conviene señalar que los progresos en Neurotecnología han permitido entender mejor el cerebro humano y comprender cómo funcionan la conciencia y los recuerdos. La conexión del cerebro a ordenadores ha mejorado la salud de las personas que padecen enfermedades neurológicas y psiquiátricas, aunque ya se han registrado casos de consecuencias indeseadas en el comportamiento de algunos pacientes, lo que induce a la necesidad de regular muy de cerca todas estas tecnologías, como es la puesta en marcha por Neuralink, la empresa del magnate Elon Musk.
Los implantes cerebrales y las tecnologías para leer la mente, si no se controlan y regulan, podrían abrir un camino de no retorno. ¿Dónde está el límite? Para protegernos, según el impulsor del proyecto BRAIN, Rafael Yuste, necesitamos barreras que hagan metafóricamente de "guardarraíles" en caso de accidente. Esas barreras serían, para él, los derechos humanos.