Feb 06 2025 25 mins 2
Cuando una voz alcanza su timbre singular, el pozo de su hondura y también el calibre en su generación, se reafirma a sí misma, con sus libros pasados: pero también anuncia lo que ha de venir. Es lo que sucede con Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas, publicado en 1975: España ahora se asoma a un nuevo tiempo, que está marcado, también, por su reloj poético. En 1975, Antonio Colinas sigue estando en la experiencia cultural amplia de sus libros anteriores -Poemas de la tierra y de la sangre, Preludios a una noche total y Truenos y flautas en un templo-, y aparece de nuevo esa respiración singular en su forma de estar a través del poema: la naturaleza y su paisaje, urbano o campestre, la muerte, la vivencia y la herida, en el tiempo abolido. En 1975 se toca la esperanza, mientras algo se está descomponiendo. La belleza confirma la escritura y la autenticidad del poeta, un referente de su generación, la de los poetas novísimos, o grupo del 70, desde esas vivencias convertidas en experiencia estética, en una turbación existencial y su abismo continuo. La vida se abre paso con tensión verbal y lúcido lirismo, desde una inteligencia que aspira al conocimiento, en un solo poema que fluye y se revela en su caudal. Pero el conocimiento y la belleza, ¿qué son sin amor?