Feb 13 2025 24 mins 2
Cuando lo instruye en su adolescencia, junto con otros discípulos que también pertenecen a la aristocracia barcelonesa, seguramente Luis Marineo Sículo ya advierte que el joven Juan Boscán tiene todas las actitudes, y las capacidades, para llegar a convertirse en uno de los grandes poetas y traductores de una época que, mucho tiempo después, conoceremos como Renacimiento español. Así, Juan Boscán será recordado por el petrarquismo esbelto en su poesía, tan ligado al de su buen amigo, el también poeta y guerrero Garcilaso de la Vega. También por haber incorporado la métrica con rasgos italianos a la poesía castellana, a través del verso endecasílabo y distintas estrofas: fundamentalmente, el soneto, pero también el terceto y la octava real. Esa octava real enlaza a Juan Boscán con Giovanni Boccaccio, pero también con la épica culta de Ludovico Ariosto y su Orlando furioso o Torquato Tasso en Jerusalén liberada, ambos felizmente traducidos, estos últimos años, por José María Micó. También el propio Juan Boscán será un destacado traductor de su momento: suya será la traducción, al español, de El Cortesano, de Baltasar de Castiglione. Será un gran helenista y un poeta que habita su caudal de la tristeza, pero también la dicha de quien sabe cantar el extremo más claro de belleza al mirar el amor. Soy como aquel que vive en el desierto, deja escrito en un soneto extraordinario: nuestra lírica jamás será la misma después del paso alzado del renacentista Juan Boscán, que ya nunca estará del mundo y de sus cosas olvidado, sino en una vigencia sostenida, en un pleno regreso siempre en marcha, hacia su palabra renacida.