El gordo tetón y el viejo mariguano.


Episode Artwork
1.0x
0% played 00:00 00:00
Mar 07 2025 1 mins   1
Fátima ya había terminado su desayuno así que se disponía a retirar la mesa.

—¿Puedo ir al baño? —le preguntó Oliver educadamente.

—¡Claro, estás en tu casa! —dijo ella cogiendo su bandeja para llevarla a la cocina.

El baño estaba a la salida del salón a la izquierda y la cocina al fondo a la derecha, así que Fátima salió primero y Oliver la siguió detrás. El entró al baño y ella a la cocina.

Por costumbre tal vez, o por despiste, Oliver no cerró la puerta. Por lo que Fátima, desde la cocina, pudo oír el potente chorro del pis de Oliver cayendo a al agua.

“¡Hum! ¡Sí que tenías pipí! —pensó Fátima para sí misma.“

Y su imaginación la transportó al baño inconscientemente imaginándose ver a Oliver cogiendo su herramienta y haciendo el pis. Su traicionera imaginación además fue un poco más allá y la mostró a ella sujetando su herramienta y haciendo el pis. Pero no su herramienta flácida y vencida sino su erección dura y erecta apuntando abajo porque ella la sujetaba con fuerza para que su pis cayese donde debía caer.

Fátima sacudió su cabeza en señal de desaprobación: “¡Qué locura hija! Si es el mejor amigo de tu hijo”.

Pero son las cosas que tiene la traicionera imaginación, que no obedece.

Con estos pensamientos estaba cuando Oliver entró a la cocina.

—Parece que Thiago tarda un poco —dijo Oliver detrás suyo.

Fátima soltó un grito y dio un tremendo respingo.

—¡Oh qué susto Oliver! —dijo Fátima.

—Perdóneme Fátima no pensé que la fuese a asustar.

—¡Tranquilo! —dijo ella con la mano en el pecho es que no me lo esperaba.

Tomó un vaso de agua lo llenó del grifo y tomó un par de sorbos mientras Oliver se sentía culpable por haberla asustado de aquella manera.

—No pensaba que te asustaría —añadió el chico.

—¡Es que no estoy acostumbrada a tener visitas! —rio Fátima con afabilidad.

A veces los silencios son tensos. En esos momentos algunos suelen luchar para romperlos pues la incomodidad se instala en ellos y ese era el caso de Oliver y Fátima.

—¿Quiere que la ayude a fregar los platos? —dijo Oliver viendo los platos en el fregadero.

—¡Oh no es necesario! —dijo Fátima.

—¡Insisto! —dijo Oliver.

Y poniéndose a su lado Fátima tuvo que claudicar e ir pasándole los platos tras enjabonarnos mientras este los aclaraba bajo el grifo.

Estar uno al lado del otro era un poco incómodo. Oliver era más alto que Fátima y podía ver su escote y sus tetas desde arriba. Y ella, por increíble que le pareciese, podía ver su trasero firme y subido y su entrepierna y ser traicionada una vez más por su imaginación.

A veces los matrimonios llegan a un punto en el que se es consciente de que se ha querido mucho a tu pareja pero, la monotonía, las confianzas o la vida misma, hacen que ya no se tengan ojos para el otro pero sí para el que se acerca desde fuera.

Y este era el caso de Fátima, en su edad madura, estar tan cerca de un joven apuesto y viril como Oliver, estaba provocándole unos efectos inesperados aunque fuese sólo en su calenturienta imaginación.

Además se sentía observada por él. En el salón ya le había pillado mirándole las tetas en varias ocasiones y no le cabía duda de que si algo de su anatomía podía ser atractivo para un hombre eran estas. Un buen par de tetas, que como suele decirse, ¡tiran más que dos carretas!

Al final los hombres son simples, van a lo que van y no está mal que lo hagan pues por algo la sabia naturaleza les hizo evolucionar en este sentido. Luchar y pelear por las hembras, sentirse atraídos por ellas y anhelar esparcir su semilla dentro de sus sexos.

Estos pensamientos, tan poco elevados o no, eran los que venían a la mente de Fátima mientras fregaba.

Sus manos se cruzaban para darse los plantos enjabonados y sus hombros y brazos a veces se rozaban. Tuvieron que fregar los platos de la cena, cuando Fátima estaba muy cansad y prefirió quedarse en el salón viendo una película hasta altas horas de la madrugada, como los del desayuno de su marido que había ido a trabajar y su hijo, que se levantaron antes que ella.

Son pequeñas ventajas de ser ama de casa, que se tiene mucho trabajo en la casa pero se pude organizar de la manera en que se crea conveniente para hacer las tareas.

Y esta tarea en la que colaboraban ella y Oliver estaba concluida, así que se secaron las manos y Fátima le dio las gracias.

—¡Oye pues qué bien Oliver! ¡Gracias! ¡Eres un buen partido para cualquier chica! —le dijo Fátima sonriendo.

—¡Oh Gracias Fátima! —dijo Oliver poniéndose colorado.

Entonces ella se giró y fue a limpiar la mesa de la cocina donde habían desayunado los otros miembros de la familia. Se echó sobre ella y apoyándose con una mano la fue limpiando con la otra.

Sin ser consciente que su hermoso trasero se dibujaba en su vestido gastado y al echarse hacia adelante la tela subía y dejaba entrever el inicio de sus cachetes.

Para cuando se dio cuenta y fue a tirar de su vestido sintió el íntimo contacto de Oliver que la cogió por la cintura y pegando su pelvis a sus glúteos con firmeza le dio un empujón que la echó sobre la mesa.

—¡Oh Oliver! ¿Pero qué haces? —dijo ella sorprendida y alarmada por lo que Oliver había hecho.

Intentó girarse, tal vez para pedirle enérgicas explicaciones o propinarle una bofetada pero Oliver la sujetaba con firmeza de la cintura y un nuevo empujón en su culo la echó sobre la mesa.

—¡Oliver no! —gritó ella.

Entonces Fátima sintió la dura verga del chico colarse entre sus muslos y salir por delante de sus bragas.

—¡Oliver! —dijo ella cerrando automáticamente sus muslos para impedir que la penetrase atrapando su erección entre sus barajas y la suave piel de sus ingles y sus muslos.

—¡Oh Fátima no puedo más! ¡Te deseo mucho! ¡Te deseo con todas mis fuerzas! —dijo el chico a su espalda sujetándola sobre la mesa mientras comenzaba a darle culadas en un coito improvisado y externo a su vagina.

—¡Oliver esto no está bien! ¡Para! —dijo Fátima incapaz de levantarse pues Oliver le cogió el cuello y la obligaba a permanecer echada sobre la mesa.

Con una mano se sujetaba a la mesa y con la otra trataba de que Oliver no la penetrase empujando su duro vientre mientras este le daba culadas. Así notó lo duro de su abdominales y en el forcejeo fue consciente de su musculatura.

—¡Para por favor! —le rogó de nuevo.

Mientras mantenía los muslos cerrados con fuerza era consciente de que si ella no quería Oliver no la penetraría, pero lo cierto es que con su larga y dura erección atrapada este era capaz de follarla en ese pequeño hueco y sentía como esta se movía bajo sus grabas y discurría junto a sus ingles y muslos.

El forcejeo duró apenas unos segundos en los que a la carrera, en aquella follada improvisada el joven se corrió en seguida soltando andanadas de semen entre los muslos de Fátima y bajo sus bragas.

Al oírle gruñir Fátima, alarmada se subió el vestido justo a tiempo para ver cómo su glande, completamente rojo y henchido salía del pequeño triángulo bajo sus bragas expulsando semen, andanada tras andanada y como seguía moviéndolo adelante y atrás, el semen comenzó a correr por sus muslos, empapar sus bragas y actuar de lubricante que hizo que el roce con su piel fuese más suave y su dura erección discurriese sin dificultad en su agujero improvisado.

—¡Oliver! —dijo finalmente Fátima zafándose de su abrazo culero y girándose para levantarse el vestido y descubrir la dura y larga erección del chico apuntándola.

Fue instintivo, ella se quedó mirando su largo y erecto pene, con su glande rojo por el roce y con semen aún en su punta y luego miró sus muslos, chorreando más semen y sintiendo la humedad en sus bragas por el semen que había expulsado justo bajo ellas. Luego volvió a mirar al jadeante Oliver frente a ella, con sus pantalones bajados y su escandalosamente larga polla arqueada y doblada ligeramente hacia abajo y saltó con furia.

—¡Pero qué has hecho! —dijo Fátima sin encontrar respuesta en Oliver que permanecía petrificado frente a ella—. ¡Pero qué coño has hecho! —repitió escuchando la reverberación de sus palabras en la soleada y solitaria cocina.

—¡Oh cuanto lo siento Fátima! ¡Perdón! ¡Perdón! —dijo Oliver doblándose y cayendo de rodillas al suelo, juntando sus manos como si fuese a rezar—. No sé qué me ha pasado Fátima, pensé que lo deseabas, pensé que… ¡oh joder, no sé lo que he hecho! —dijo Oliver sollozando frente a ella.

Fátima sintió ganas de aporrearle la cabeza y la espalda, la furia corría por sus venas y con los puños cerrados sintió ganas de morderse los nudillos.

—¡Oliver, vete ahora mismo de mi casa! —le gritó—. ¡No quiero volver a verte! —volvió a gritarle señalándole la puerta.

Entonces Oliver dejó de sollozar, simplemente se levantó y rápidamente se subió sus pantalones cortos de deporte y guardó ante la mirada de una Fátima furiosa su larga herramienta que comenzaba a menguar y sin ser capaz de mirarla a la cara le dijo:

—¡Por favor no se lo diga a mi madre! —el imploró.

Luego se giró y salió huyendo en dirección a la puerta. Luego oyó el portazo al salir aceleradamente.

Fátima aún respiraba agitadamente, buscó una silla y se sentó.

Tras unas profundas y largas respiraciones se miró allí abajo y vio que las bragas estaban húmedas por su semen y el sudor, pero no había rozado su intimidad por lo que en cierta forma se sintió aliviada de que no la hubiese conseguido penetrar pues, en mita del forcejeo no estaba segura de si lo había hecho realmente.

Vio sus muslos y su piel manchada de semen y luego reparó en los charcos que había en el suelo. ¡Desde luego la corrida había sido copiosa! Pero por suerte ya había pasado todo.

Tan solo una pregunta quedó en su mente, repitiéndose constantemente sin hallar respuesta plausible para ella… ¡Por qué un chico tan amable como él había hecho algo tan horrible y osado!