En sus últimas horas de vida, Sócrates se empeña en convencer a sus amigos de que no tienen de qué lamentarse, porque él no ha de morir cuando su cuerpo sucumba a la cicuta. Todavía resuena el eco de sus argumentos sobre la inmortalidad del alma.
En sus últimas horas de vida, Sócrates se empeña en convencer a sus amigos de que no tienen de qué lamentarse, porque él no ha de morir cuando su cuerpo sucumba a la cicuta. Todavía resuena el eco de sus argumentos sobre la inmortalidad del alma.